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Los años de la violencia y la corrupción política en el Perú

miércoles, 22 de abril de 2009

Lic. Daniel Morán[1]
aedo27@hotmail.com

Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima, Perú).

Universidad Nacional de San Martín-IDAES (Buenos Aires, Argentina).


Hace aproximadamente seis meses en la ya convulsionada vida política nacional, la ex ministra de educación Mercedes Cabanillas, hoy paradójicamente ministra del interior, denunció un presunto “contrabando ideológico”, eminentemente senderista, en un libro de Ciencias Sociales del quinto año de educación secundaria. En apreciación de la actual ministra el texto comete errores garrafales y promueve, a modo de ejemplo, una elección inconcebible entre dos opciones: la primera, optar por los terroristas que “luchan por un país mejor, aunque con métodos violentistas”, y la otra, “ponen a las fuerzas armadas.” Para Cabanillas ninguna de las dos son opciones, lo que se tuvo que proponer fue la adopción y consolidación de la “democracia con sus valores y todas sus imperfecciones.” [2]

Sin embargo, le preguntaríamos a la ex ministra de educación ¿Cómo explicar a los sectores más humildes y pobres del país que la democracia es la mejor opción cuando cerca de dos siglos de “vida independiente” no han hecho sino mantener la marginación y miseria de los sectores populares? Cabanillas insiste en que la división entre ricos y pobres, ciudad y campo, no puede ser una causa que explique el surgimiento de Sendero. Mejor dicho la miseria y la política excluyente del Estado hacia la sociedad no es causa del terrorismo. El contrabando, en sus palabras, es que “allí donde hay pobreza ya tiene que haber un movimiento terrorista.” Entonces, congresista Cabanillas ¿Por qué la gente pobre protesta? ¿Por qué sus demandas se dirigen al Estado y al gobierno? ¿Acaso no es el Estado el encargado de solucionar la pobreza, de soldar las divergencias entre la sociedad civil y la sociedad política?

Para los campesinos y los más pobres del país la democracia fue una ilusión que se desvaneció apenas pasaron las elecciones, no representó una alternativa consistente que cubriera sus necesidades y solucionara sus problemas. Al contrario, muchos lo vieron como una estafa electorera y sin vinculación social. Pero, ¿el problema es de la democracia?, ¿una doctrina en el papel puede causar tantas consecuencias?, evidentemente que no. Es la sociedad política la encargada de plasmar en la práctica los fundamentos democráticos, y ¿lo han hecho en forma consciente y desinteresada?, cada uno de nosotros tiene su propia respuesta.

La condición de vida material, el día a día cotidiano, la pobreza extrema explicarían el descontento social de los más pobres del Perú. Esas circunstancias en la vida popular, al ver que la democracia no funcionaba, empujarían a parte de la población fundamentalmente rural a la búsqueda de otra alternativa que cubriera sus expectativas. Estas personas se jugaban su existencia, no era simplemente una opción política, sino el anhelo de una vida mejor. Allí, la ideología de Sendero puso a prueba su poder de convocatoria y base real de justificación social. En otras palabras, el Estado, en cierta manera, fue responsable de la propagación del descontento popular y la pobreza de la gente, el gobierno, de repente si querer, empujó a los más pobres a buscar otra alternativa de cambio.

Incluso, en pleno conflicto entre los terroristas y el Estado, muchos campesinos tuvieron que elegir entre apoyar a los militares para probar su apoyo a la “democracia”, y ayudar a los terroristas para evitar ser aniquilados. Es decir, las dos alternativas de la lucha armada en el Perú fueron catastróficas para los más pobres. Los campesinos se sintieron acorralados y sin opción libre que elegir, por ello, sufrieron la imposición de las circunstancias en el desarrollo de sus vidas.

Volviendo a la polémica, la actual ministra del interior Cabanillas hace otras objeciones al texto de Ciencias Sociales, como la cifra de los muertos que en algunas páginas se señala que fueron 69 mil 280 víctimas, mientras que en otra página apenas 25 mil, este cuestionamiento es superficial, pues sólo se trata de un error de imprenta que fácilmente tiene solución.[3]

En opinión de otros intelectuales el objetivo básico de las denuncias de Cabanillas estaría en desacreditar el trabajo de la Comisión de la Verdad.[4] Aquel argumento puede vislumbrarse en la entrevista que La República hiciera a la congresista aprista:

“A mí me merecen respeto todos los miembros de la Comisión de la Verdad, nunca he tenido para CVR palabras descalificadoras. No obstante, su producto, su tesis, sus conclusiones o sus recomendaciones son debatibles, opinables. Me remito a la realidad. Ha generado toda una discusión, no una reconciliación.” [5]

Pero, ¿un informe está obligado a lograr la reconciliación?, y las recomendaciones de la CVR ¿fueron tomados en cuenta y aplicados? No parece más objetivo afirmar que es el gobierno el encargado de llevar adelante esa “reconciliación”, de ver las formas de relacionar a la sociedad civil y la sociedad política, de acabar de una vez por todas con la pobreza de la gente y de ofrecer una alternativa social de cambio para todos.

Un comentario agudo reveló, tentativamente, los verdaderos intereses del gobierno:

“Es una suerte de revisionismo histórico, donde la historia reciente debe ser masticada primero por la policía y luego enseñada. Una historia con buenos y malos, quizá borrando hechos bochornosos como las muertes y desapariciones provocadas por las fuerzas del orden. Con senderistas malos y policías y militares buenos buenos. Si pues parece que los sectores oficialistas y conservadores del país quieren reescribir la historia de acuerdo con su gusto y sus intereses.” [6]

Si el Estado promueve una historia oficial sin sustento científico y acrítica, cómo pedimos entonces que nuestros maestros y alumnos logren tener un espíritu y pensamiento propio y crítico de la realidad. Si acomodamos la historia en una sola tendencia que satisfaga los intereses de unos pocos, cómo queremos que la gran mayoría considere como suya dicha historia. Reafirmamos nuestro argumento de difundir una historia que dé cuenta de todos los hechos, actores sociales y procesos históricos de la realidad nacional. El docente y el estudiante son agentes pensantes capaces de discernir entre una y otra versión de la historia, no podemos seguir tratando al educando como un agente pasivo y receptivo de la información, sino debemos animar a que ellos cuestionen objetivamente la historia y su propia existencia.

Finalmente, ¿la democracia ha calado en el Perú?, ¿qué opinan los peruanos del gobierno y sus congresistas?, ¿qué ejemplos y modelos democráticos estamos brindando a nuestros alumnos?, las respuestas se estrellan, otra vez, duramente con la realidad.[7]

Solo hace unos meses ha sucedido un terrible terremoto político en el gobierno aprista. Se ha puesto al descubierto la corrupción estatal de miembros del partido oficialista y funcionarios públicos. En el programa Cuarto Poder se emitió tres audios:

“Que revelan negociaciones amañadas para favorecer a la firma noruega Discover Petroleum. Los involucrados en el escándalo son el director de Perú-Petro Alberto Quimper y el ex ministro aprista Rómulo León Alegría. Dialogan sobre pagos por la concesión para explotar lotes petrolíferos en el zócalo continental y en Madre de Dios.”[8]

Estos sucesos ocasionaron que el gabinete ministerial en su conjunto pusiera su cargo a disposición y que el presidente García aceptara la renuncia de sus ministros.[9] Por ejemplo, en la portada principal del diario La primera se señaló que: “Ratas, pericotes y algo más, comen del mismo plato”[10], y un analista político como Sinesio López refiriéndose al caso de los Petro-audios afirmó que: “Es sólo punta del iceberg de la corrupción.”[11]

La corrupción en el Perú es una institución política nacional, no solamente es del actual gobierno ni del primer lustro aprista (1985-1990), la década Fujimorista demostró el alto grado de corrupción existente en las esferas del poder. Gobiernos anteriores como los gobiernos de Castilla, Echenique, el Oncenio de Leguía, el Ochenio de Odría, entre otros, estuvieron envueltos en mafias ocultas y negociados arreglados para satisfacer intereses particulares sin preocupación social.[12] Estas comprobaciones de la historia peruana deben mostrarnos las verdaderas páginas que aún faltan por escribir y reflexionar en el país. Por lo tanto, estos episodios deben ser los indicios suficientes para llevar adelante un programa educativo diferente en donde los problemas sociales sean pensados, debatidos y solucionados a partir de una participación colectiva de los peruanos.

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Lima, Miércoles 22 de abril del 2009.


[1] Licenciado en Historia por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (2008), autor de 3 libros, 32 artículos y conferencista en 31 eventos académicos de su especialidad. Director de Illapa. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales (3 números, 2007-2008) y de la Colección Historia de la Prensa Peruana (2 números, 2007-2008). Ganador de la Beca Roberto Carri 2009 por la cual, actualmente, estudia la Maestría en Historia en el Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín en Buenos Aires-Argentina (2009-2010).
[2] Domingo. La revista de La República. Lima, del 21 de septiembre del 2008, pp. 8-9.
[3] Domingo. La revista de La República. Lima, del 7 de septiembre del 2008, pp. 7-8.
[4] Domingo. La revista de La República. Lima, del 7 de septiembre del 2008, p. 8.
[5] Domingo. La revista de La República. Lima, del 21 de septiembre del 2008, p. 8.
[6] Domingo. La revista de La República. Lima, del 7 de septiembre del 2008, pp. 7-8.
[7] Véase Daniel Morán y María Aguirre. “Leguía y Fujimori: Entre la democracia y el autoritarismo en el Perú del siglo XX.” Illapa, Lima, Nº 3, 2008.
[8] El Comercio. Lima, del domingo 12 de octubre del 2008, p. a8.
[9] Domingo. La revista de La República. Lima, del 12 de octubre del 2008, pp. 1, 6-9.
[10] La Primera. Lima, del jueves 9 de octubre del 2008, p. 1.
[11] La Primera. Lima, del jueves 9 de octubre del 2008, p. 7.
[12] Eduardo Torres Arancivia. Buscando un rey. El autoritarismo en la historia del Perú. Siglo XVI-XXI. Lima: Fondo Editorial de la PUCP, 2007.